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AUTOSCOPIA

La Conspiración de la Soledad – de Alberto Quilapán

La Conspiración de la Soledad – de Alberto Quilapán ‘La soledad es la madre de toda locura’
-Bernardo Cárdenas

I

Todos los que aquella noche se hallaban en el salón reservado del bar ‘La Pupila Insomne’, sabían que cuando El Cara de Muerto empuñara la mano y golpeara la mesa –a la manera como un juez inicia la sesión con su martillo de madera-, la reunión comenzaría inmediatamente. Todos los asistentes guardaron riguroso silencio, sentados a unas mesas dispuestas en forma de U, cuya cabecera presidía el señor Don Cara de Muerto.

Los seis golpes en la mesa sonaron como seis escopetazos en el salón, donde se hizo una quietud sepulcral. De pie y con los ojos inyectados de contenida cólera, El Cara de Muerto pasó muda revista por cada uno de los asistentes. Luego se sentó y dijo:

- ¡¡Cómo es posible!!- enterrando sus pálidas manos en su blanca y exigua cabellera. Apretó los dientes en un gesto cadavérico de rabia. Exclamó:

- Cómo es posible que las acciones de nuestra Conspiración... ¡hayan salido a la luz pública!

Un ‘¡Ooohh!’ cruzó el salón como un intrigante rumor entre los asistentes, que se miraban entre sí por el rabo de los ojos. En sus rostros temblaba el temor de ser castigados ante los demás aquella noche. ¡Qué humillación!

Don Cara de Muerto miró entonces al Marciano, que oficiaba de secretario. Éste sacó unos diarios de su maletín y se los entregó a su jefe, que ordenó las hojas entre sus manos, golpeándolas contra la superficie de la mesa. Y procedió a leer el titular de la portada que tenía ante sus ojos sin brillo:

‘BIZARRO DELINCUENTE PROTAGONIZA ASALTO FALLIDO AL BANCO CENTRAL’

El Cara de Muerto dirigió una mirada furibunda al responsable de los hechos: El Duende. Luego leyó las letras pequeñas de aquella noticia:

‘El ridículo antisocial logró escabullirse olvidando un revolver, constatándose que se trataba de una pistola con balas de salva.’

Sabiendo lo que le esperaba, El Duende cerró sus ojos y bajó la cabeza hasta que su resignado mentón le tocó el pecho. Nadie osaría hacer uso de la palabra a no ser que El Cara de Muerto la otorgara. Fue él quien le habló así al Duende:

- Que la pistola con balas de salva se le haya extraviado es algo totalmente subsanable. Pero que haya usted intentado asaltar un Banco, algo tan vulgar como un Banco, ¡eso es algo inadmisible para los fines de la Conspiración!

Visiblemente alterado, El Cara de Muerto se tomó la cabeza entre las manos y con un gesto le pidió al Marciano que continuara. El Marciano tomó un segundo diario y leyó un artículo de la Crónica Policial:

‘MANIFESTACION OBRERA TUVO INEXPLICABLE DESENLACE EN MEDIO DEL DESORDEN: La movilización se autodisolvió debido a la incompetencia de sus caudillos; nadie gritó consigna alguna, las pancartas brillaron por su ausencia. Bombas lacrimógenas de la represión a punto de malherir a un manifestante dormido en plena protesta.’

El Cara de Muerto, que escuchaba al impávido Marciano leer el diario, atisbaba por entre los dedos de sus manos al Marmota, culpable de estos sucesos. Y junto con oír, inquieto, las últimas líneas de la Crónica, saltó como un resorte de su asiento y estiró su brazo del que salía un índice amenazador, apuntando al Marmota. Y le dijo:

- ¡Dormido en plena protesta! ¿Quién carajo lo manda a usted a meterse en la boca del lobo? ¡Aprenda a infiltrarse entre gritos y pancartas ya que no conoce el difícil arte de protestar en sueños!

Entonces se dirigió a todos los demás asistentes:

- Escúchenme bien, camaradas: de producirse esta vergonzosa situación una vez más, ¡nos veremos obligados a castigar a los responsables con las mismas aleccionadoras torturas de nuestra Conspiración!

Y con un chasquido de sus dedos le ordenó al Marciano que abriera una puerta secreta que se escondía bajo un cartel que decía ‘ESCAPE’. Los asistentes se pusieron de pie para contemplar una escena más triste aún: al abrirse la puerta, un individuo se derrumbó hacia el salón, ante la conmoción unánime. Era el Nariz de Picota, que desnudo y sacudiendo su cuerpo trémulo de espanto, lloraba y daba lamentos incomprensibles.

- ¡¡No!! ¡¡Apiadaos de mí, camaradas!! ¡¡Otra vez no, os lo suplico!! ¡¡Sáquenme de esa maldita habitación!!- fueron algunos de los alaridos que pudieron entenderse.

Esa noche la reunión tuvo que interrumpirse luego de la insólita revelación de los suplicios infligidos al pobre y flaco Nariz de Picota. ¿En qué delito habría incurrido para ser merecedor de esa degradante experiencia? Eso no se sabría nunca.

El Duende y El Marmota, avergonzados de su flagrante ineptitud, juraron entre lloriqueos y desmayos que nunca más reincidirían en los ya mentados acontecimientos. Los miembros presentes aquella noche, confirmaron y re juraron con amargas lágrimas su lealtad a esta como nunca secreta conspiración.

Porque esta era La Conspiración de la Soledad.

II

Gilbert Moulin era el único individuo que, no teniendo la estricta membresía de la Conspiración, la conocía a cabalidad en sus orígenes y finalidades; de cierta forma había ayudado a concebirla junto a Don Cara de Muerto, cuando un lejano día se acercara a éste, conmovido por la miseria que a todas luces se había ido apoderando del futuro jefe de aspecto difunto. Le proporcionó entonces apoyo moral e intelectual; pero, debido a su profundo sentido ecléctico de la vida, no se casaría nunca ni con la banalidad del mundo ni con la obcecación de aquella secta. Ángel y Demonio, ingenuo y perverso, nadie supo nunca si todas las vicisitudes y anécdotas referidas por monsieur Gilbert Moulin fueron alguna vez verosímiles o producto de su insondable imaginación. Sabido es que a menudo se le escuchaba hablar de unos supuestos periplos a lo largo de Europa, siendo los acaecidos en París los de su mayor deleite. Y todos sus cuentitos estaban sin excepción vinculados a la literatura y a sus autores predilectos. Con tal frecuencia solía volver una y otra vez al tema de los paseos de Marcel Proust por los Campos de Marte, o a la tumba de Honoré de Balzac llena de flores y la de Oscar Wilde llena de besos con rouge en el Père Lachaise, que sus amigos terminaban por sabérselas de memoria como quien se aprende el diálogo de un guión de teatro.

- Puede contar con mi ayuda desinteresada – le decía Gilbert Moulin a Don Cara de Muerto. - Pero dudo que el fin supremo de la Conspiración llegue alguna vez a realizarse.

La disposición de monsieur Gilbert Moulin para con la Conspiración podía ser ilimitada si es que se respetaban los espacios que él reservaba para su solaz y su relajo personal. Y es que a Gilbert Moulin le perturbaba en sumo grado que lo interrumpieran:

- Cuando escuchaba ‘Los Pájaros de Fuego’ de Stravinsky.
- Cuando dormía su siesta los días Sábado de 4 a 7.
- Cuando de postre se servía Flan à la Canèlle.
- Cuando en ‘Tiempos Modernos’ Chaplin se convierte en el accidental líder de la protesta, portando la bandera roja por las calles industrializadas.
- Cuando alguien lo sacaba de sus mudas cavilaciones, mirando las luces titilantes de la ciudad al anochecer.

Y una seguidilla de excentricidades que no viene al caso mencionar aquí.

Aquel ya lejano día en que Gilbert Moulin encontró a Don Cara de Muerto doblado en el alcohol en una mesa del bar ‘La Pupila Insomne’, tuvo que ser lo suficientemente impactante para su templado carácter, ya que desde entonces haría frecuentes sus visitas al mentado bar, en el que con su menuda figura –no muy alto y ataviado de un largo abrigo azul eléctrico, la cabeza ceñida a un sombrero-, se convertiría en uno más de los habituales comensales de aquel antro.

Entonces la Conspiración era solamente una vaga y frenética obsesión del Cara de Muerto, quien precisamente esa noche se había emborrachado escribiendo en una hoja manchada con vino lo que a la postre sería el Manifiesto de la organización que él fundaría con la complicidad de monsieur Gilbert Moulin:

¡Ah! Ciego egoísmo de Dios
Estrella fatal en la noche de vivir
Inocencia investida con los ojos de la Fe
Marea fría como despecho de hiel.

Mi brillo fugaz de barco a la deriva
Inquieta tu corriente donde los rebaños sucumben
Tus ojos que sonríen de maldad ante el Naufragio
Ven mis destellos de rabia que te desafían.

Llegué a ti tras el destierro
Inexorable de los mal paridos
Aquellos cuya patria no existe
A la que solo se regresa en la muerte.

Soy un extranjero que zarpó hacia tus mares
Con la bandera atormentada del miedo
Mis latidos agitados dan un eco
Indigno del rigor de un derrotero.

Pero respiro y eso basta
Para darme pan y techo
De mala gana me lo han dado
¿Quién velará por mi lecho?

Sólo porque lloro en medio de risas
Y pongo al descubierto sin querer vuestra idiotez
Callo aquí en mi exilio, confinado en el silencio
Sustraigo un par de oídos a esa risa, trampa y red.

Yo soy quien no acata los preceptos y doctrinas
Del que ve la vida con presunta sensatez
Y no hay tal manicomio donde atado se me hacine
Ser loco no existe, ¿quién lo va a entender?

- Discúlpeme, monsieur – preguntó un emocionado Gilbert Moulin -. ¿Eso lo escribió usted?

- ¡Sí! – gimió en sollozos transidos de alcohol el Cara de Muerto.

III

Debe recordarse que la simpatía que monsieur Gilbert Moulin le profesaba a la secta no eran bolitas de dulces, ni mucho menos un juego de niños. El iba cada martes al bar ‘La Pupila Insomne’ como si cumpliera con la responsabilidad más rigurosa. Por lo tanto nunca dejó de ir ni un solo martes mientras sirvió a los fines de la Conspiración.

Gilbert Moulin solía aparecerse en el umbral de ‘La Pupila Insomne’ con sus manos enfundadas en el abrigo azul eléctrico; tenía la discreta maña de esconder su rostro entre un sombrero gris y el humo de la pipa que sostenía por el costado izquierdo de su boca.

Si usted también fue asiduo al referido bar en esos mozos años o, si por esas cosas de la vida cree haber visto en ese antro a Gilbert Moulin, considérese lo siguiente:

Detrás del humo de la pipa y debajo el gris sombrero había un rostro fresco y de lívida blancura; así también un perfil aguileño y una sonrisa híbrida de la que no se sabría qué pensar. Por eso es que a menudo lo confundían con Huidobro, y no había cosa más desagradable para él que lo detuvieran en la calle para gritarle:

- ¡Vincent!

Entonces él se quitaba el sombrero y la pipa, y con el rostro descubierto le gritaba a su vez:

- ¡Gilbert!

Haciendo la más grosera mueca propia de un oligofrénico. Y cuando veía alejarse a los idiotas con su insólita reacción, proseguía su camino en soledad riéndose a carcajadas.

El tabaco que encontraba uno en su pipa era casi siempre ‘Flying Dutchman’, y el sombrero gris tenía una cinta color burdeo.

Se le veía entrar al bar mirando de un lado a otro, siempre con el diario bajo el brazo diestro, a no ser que molesto por alguna contrariedad lo llevara expresamente bajo el siniestro.

Por lo tanto se puede afirmar con toda propiedad que monsieur Gilbert Moulin se encontraba cada noche del martes en ‘La Pupila Insomne’, ocupando la mesa más próxima a la puerta del salón reservado, vigilando todo desde su aparataje digno de un gángster: diarios y humo de tabaco, o un café conversando con alguna voluptuosa mujer de voz de terciopelo.

Un miércoles de madrugada en que la reunión ya había finalizado, don Cara de Muerto y Gilbert Moulin caminaban por las calles alejándose del bar.

- Cuando era niño ya me llamaban así – dijo el Cara de Muerto.

- ¿Así cómo?- preguntó Moulin
- Cara de Muerto. Así es que no sé si fue este jodido nombre el que moldeó mi personalidad o viceversa.

- ¿Y usted qué cree, monsieur?- interrogó Moulin, concentrado en sus pasos por la vereda.

- No lo sé a ciencia cierta. La actitud me fue royendo la cabeza como un gusano. Después lo del nombre dejó de importar porque ya había comenzado a morirme en vida, como si fuese posible hallar en ella un motivo para ausentarse, alguna circunstancia que apurara mi viaje a la tumba.

Gilbert Moulin lo miraba hablar y gesticular, hallando no poca razón a esas palabras tras contemplar su escasa piel pegada a la calavera, las ojeras púrpuras que contrastaban tétricas con su palidez, y el cabello albo cada vez más mezquino.

- Me interesaría conocer sobre el origen de los demás miembros – manifestó Moulin.

- ¿Los demás miembros? – preguntó extrañado Don Cara de Muerto.

- Oui, monsieur.

- ¡Pero si sólo hay un miembro más aparte de mí!

- ¡Ou lalá! ¿Es eso posible?

- Sí, monsieur. El Care Perro.

En síntesis, la vida del Care Perro está atravesada por una constante: su imperecedera hambre filosófica. Obviamente, su búsqueda en ese sentido también responde a una orden emanada de su psique: la incredulidad ante todo. De esta manera, su apetito apodíctico sólo concede legitimidad al conocimiento intuitivo, que recoge lo objetivo de este mundo, pero sin pasarlo por la industria fantasiosa del razonamiento humano.

- Eso es mera poesía- argumentaba siempre respecto a eso.

De ahí se desprende su adhesión al pensamiento de Schopenhauer que sostiene que la razón humana es un conjunto de abstracciones, o sea, ideas o conceptos que con toda su lógica positivista, distan de ser las que nuestro intelecto conoce objetivamente mediante la intuición. Por lo que la razón no puede identificarse con la realidad. Por eso el Care Perro desarrolló su poderosa nariz y el resto de los sentidos al mismo nivel de los canes, convencido que los animales llegan a conocer el mundo tan bien como los hombres -y quien sabe si mejor-, libres como están de las afiebradas elucubraciones metafísicas.

Y fue justamente su influjo ideológico algo decisivo a la hora de concebir los peculiares sistemas de tortura de la Conspiración.

- ¿Habitaciones blancas, dice? –preguntó aquella vez monsieur Gilbert Moulin.

- Sí, habitaciones vacías, sin ventanas y con una luz blanca encendida noche y día. –afirmó el Care Perro.

- Explíquele qué resultado nos garantizaría este proceso –sugirió don Cara de Muerto.

- Ser recluido en este tipo de habitaciones somete al individuo al sucedáneo de la soledad metafísica de que mucha gente es victima sin llegar a saberlo nunca. Para esta gente, la vida es como una pista de asfalto cuyas dimensiones se extienden hasta el infinito, donde no es posible ver nada, ni a nadie. Por mucho que se esté toda una vida rodeado de calles y voces y comedores. Así es la soledad metafísica: invisible a los ojos. Para aquellos que no son capaces de verla, o que no quieren hacerlo, han sido ideadas estas habitaciones provistas de una sola puerta por donde ingresan y obtienen su alimento. La resistencia que en un comienzo oponen a su reclusión es paulatinamente abatida por las condiciones cada vez más degradantes: una esquina donde se depositan los excrementos, los orines y, en el caso de los hombres, el semen que incrementa debido al aumento de la masturbación. Todo eso va impregnando el sentimiento de soledad y angustia, la ausencia de voces que nos hablen y de cuerpos que nos toquen. Todo eso se va impregnando del irrespirable olor a mierda.

- ¡Pas posible!- farfulló Moulin.

- Y eso no es todo, monsieur. También se dispone de la alteración de la luz en cuanto a la lógica del sueño y la vigilia. El individuo es sometido a una intensa luz blanca durante la noche que le dificulta el placer de quedarse dormido, infiltrándose la luz a través de sus párpados cerrados. Asimismo en la vigilia contamos con la técnica de oscurecer la habitación a su grado máximo apenas el individuo comienza a despertar. La oscuridad se añade a la angustia, las ausencias y los hedores insoportables.

- Es macabro pero interesante. ¡Tres interessant! – asintió Moulin.

- Cuéntele también lo de los asaltos a la humanidad del individuo – volvió a sugerir Don Cara de Muerto.

- ¡Ah, sí!- recordó el Care Perro-. Se trata de abordar la integridad del recluso provocando en su organismo reacciones opuestas, y por lo mismo, inesperadas. A la sazón he ideado la siguiente: dos miembros de la Conspiración entran en la habitación encapuchados y, sin decir palabra, proceden a hacerle cosquillas al prisionero en sus zonas más proclives a la risa, como las axilas, las plantas de los pies, el pescuezo y el estómago. A los encapuchados sólo les está permitido emitir risas que provoquen las propias en la víctima de las cosquillas, para desatarlas sin demora. El procedimiento debe concluir cuando el individuo cambia las risas por un llanto deliberado, producto de las cosquillas que de ser tan intensas, pasan a convertirse en dolor.

IV

El paso a seguir sería engrosar las filas de la Conspiración. Para eso Don Cara de Muerto y el Care Perro debieron salir a la calle en busca de gente que fuera la indicada y útil para la secta. El requisito era uno solo: manifestar incompatibilidad con el mundo y sentirse un bicho raro hasta tal punto, que en la vía pública eran apuntados con el dedo por quienes ignoraban de todo punto el solitario origen de sus apariencias estrambóticas. Tarea nada fácil de realizar puesto que el criterio de selección de la Conspiración obligaba a presenciar in situ el comportamiento de los posibles elegidos y compararlos con el ‘normal’ de la gente. El ‘normal’ de la gente era:

- quienes miraban por el ojo mágico antes de abrir la puerta.

- quienes iban por las calles sepultados en paquetes de compras inservibles y sonrientes pese a todo.

- también quienes esperaban la luz verde del semáforo para cruzar la calle aunque no viniera vehículo alguno.

- y quienes se metían a un taxi colectivo sin saludar a los demás pasajeros, como si no existieran.

- etc.

Los aspirantes que cumplieran con las condiciones de la secta debían comportarse de manera totalmente opuesta a la de los individuos ‘normales’.

Durante las extenuantes jornadas de observación en terreno, Don Cara de Muerto y el Care Perro coincidieron en una misma apreciación: la frialdad laberíntica del trazado de las urbes y el insensible protocolo con que se instruye a la gente son mecanismos de defensa del orden establecido que provee a los individuos de un vano egocentrismo ante la amenaza de que ellos mismos descubran su soledad y se rebelen en nombre de ella. En otras palabras, el mismo sistema generaba una hostilidad de parte de las masas hacia aquellos que vagaban solitarios por las órbitas de los extramuros. No sería sencillo dar con ellos.

En consecuencia, Don Cara de Muerto y el Care Perro resolvieron dejarse llevar por el infalible presentimiento que los asediaba cada vez que creían estar enfrente de un posible camarada, más que seguir un exhaustivo análisis sociológico. La estrategia les otorgó resultados fuera de toda expectativa:

- Este, ¿quién es?- preguntó monsieur Gilbert Moulin mientras veía las fotos.

- Este es el Marmota – dijo el Cara de Muerto-. Posee una negligencia notable. Es capaz de quedarse dormido en la línea del tren. Su tendencia marsupial lo trae con los ojos semicerrados sin preocuparse mayormente de nada que no sea un rincón donde echarse a dormir.

- ¡Mon Dieu!- dijo Moulin-. ¿Y quién es este otro?

- A este le dicen El Duende –explicó el Care Perro-. Es una mezcla rara entre payaso y delincuente. Ha cometido fechorías y robos en las personas que lo miran desconcertadas de sus maneras burlescas.

- ¡No me diga, monsieur! ¿El guardia impostor que repartió bolsas con monedas doradas de chocolate? –dijo Moulin.

- El mismo tipo, señor. Respondió el Care Perro-. Y este otro es el tercer elegido. Mire, póngale atención: pese a ser un individuo de una honestidad a toda prueba, las mentiras del mundo le han hecho crecer la nariz vaya usted a saber por qué motivos. Lo cierto es que es un justo que paga por pecados que no ha cometido, pecados que no conoce, y ahí radica su amargura que nunca termina de purgar en llantos. Las energías se le han consumido todas en ese afán enfermo, y se le han concentrado tragicómicamente en su enorme nariz. Su cuerpo es ahora esclavo de esa nariz desquiciada.

Gilbert Moulin, que no podía creer lo que veía en la foto, negaba con la cabeza.

- ¡Qué tremenda injusticia! – clamó.

- También hay un cuarto elegido, señores: el Marciano – dijo el Cara de Muerto.

- ¡Lo había olvidado por completo! –gritó el Care Perro.

- Así es. El Marciano es un extraño caso de alienación. La ciencia médica conoce el autismo y la paranoia, así como la esquizofrenia; pero el caso del Marciano no es clasificable en ninguna de estas categorías, y por lo demás carece de una denominación propia y de antecedentes clínicos. Al contrario de una alienación externa provocada por estos vertiginosos tiempos tecnólatras, la alienación que padece el camarada Marciano pareciera ser a causa de un parásito verde que se arrastra imperceptiblemente no ya sólo en su estómago, sino que ha colonizado sus cuatro extremidades, y lo que es peor, su mismo cerebro. Por eso es que su masa encefálica le creció; sus ojos y su boca quedaron convertidos en sendos orificios carentes de toda expresión. El abismarse de las cosas le ha privado del completo control de su motricidad. En un comienzo, recaer en estas crisis de alienación le hacían enverdecer su rostro y sufrir calenturas; con el tiempo su organismo se readaptó y la fiebre cesó, pero el verde de su piel permanece indeleble.

- ¡Ya sospechaba yo que algo raro tenía ese tipo! –dijo Moulin.

- ¡Y qué pálido que es! –comentó el Care Perro-. Cualquiera diría que tiene cirrosis hepática terminal.

V

Entonces cierta noche de martes llegó aquella velada memorable: El bar ‘La Pupila Insomne’ y sus luces derramándose sobre las testas de los feligreses; parejas besuqueándose impúdicas en los rincones ocultos por las sombras y por el bandoneón de Aníbal Troilo. Junto a la puerta del salón reservado, los ojos callados de Gilbert Moulin mirando todo lo que hay entre el diario que lee y la entrada del bar.

Y en el salón reservado:

- ...¡pues que me parta un rayo aquí mismo si es que alguna vez la cordura las ha tenido todas consigo! ¡Cordura! ¡Oíd nuestro insolente desafío! Oíd la voz de... ¡La Conspiración de la Soledad...!

- ¡Bravo!

- ¡Viva!

- ¡Otra!

- ¡Clap, clap!

La ovación al discurso de Don Cara de Muerto traspasaba las paredes del reservado, y monsieur Gilbert Moulin comenzó a inquietarse.

- Me parece que ya lo tenemos todo claro – arengó el Cara de Muerto-. Muy bien, ya lo saben camaradas: ¡A por ellos!- dijo, siendo el primero en abandonar de un salto el salón reservado.

Los demás lo siguieron. Monsieur Gilbert Moulin los vio alejarse desde ‘La Pupila Insomne’ hacia el laberinto de asfalto.

VI

‘OLA DE SECUESTROS. Hasta el momento han desaparecido: 2 jugadores de fútbol, 1 notario público, 3 reinas de belleza y 2 cantantes de cumbias.’

‘BANDA DE SICOPATAS ALTERA EL ORDEN NACIONAL’.

- Todo vale mientras no nos descubran –sonreía confiado el Cara de Muerto-. Que tiemblen, ¡sí! ¡Que tiemblen!

En las afueras de la ciudad, las habitaciones blancas al servicio de la Conspiración coparon su capacidad mediante los secuestros sistemáticos y la correspondiente re inserción de los individuos en las urbes.

- ¿Quiénes son los últimos ‘ingresados’?- preguntaba monsieur Gilbert Moulin.

- Un par de proxenetas, un banquero, dos azafatas y tres agentes de Aduana – comunicaba el Marciano.

Pasaron seis meses. Seis meses de ininterrumpida actividad en el seno de la Conspiración. Los resultados llegaron:

- ¡Voi la! Gritó Gilbert Moulin ante los titulares del diario.

‘NOTABLE CAIDA DE LA MACROECONOMIA DEL PAIS PREOCUPA A INVERSIONISTAS: Comunidad cada vez más reacia a salir de sus casas los fines de semana y disfrutar de las ofertas del Mercado. Este mes los rubros afectados fueron:

- Las bebidas de fantasía.
- Las cenas bailables con orquesta.
- El sindicato de circos itinerantes.’

Hasta ese momento la cosa marchaba sobre ruedas. Pero sucedió que un día martes llegó nuevamente, y en la noche, como de costumbre, la Conspiración se aprestaba a reunirse.

La Conspiración sesionaba en pleno. En el salón reservado, todo dispuesto.

- ¿Dónde está monsieur Gilbert Moulin? – preguntaron al unísono.

- Disculpe Don Cara de Muerto – llamaron desde la puerta-. Teléfono para usted.

- ¿Diga? Sí, con él habla. Sí. ¿¿Cómo??

Todos los que aquella noche se encontraban en el salón reservado de ‘La Pupila Insomne’ aguardaban los golpes en la mesa que darían inicio a la reunión.

Los seis golpes en la mesa fueron seis escopetazos en el salón. Quietud sepulcral.

Don Cara de Muerto pasó muda revista.

- ¡¡Cómo es posible!! –aulló desconsolado.

- ¿Qué le pasa, jefe? – gimieron-. ¿Nos han descubierto?

- ¡No! – dijo el Cara de Muerto-. ¡Han asesinado a Gilbert Moulin!

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