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AUTOSCOPIA

RÓTULO EN BLANCO

RÓTULO EN BLANCO

mis días sin verte me hieren tanto como cien látigos cortando el aire y la piel de mis cuadros abstractos. Sin ti la inspiración inicia su interminable huelga, distingue apenas un lapso de tiempo para una tregua que no dura una milésima de segundo, que no considera ninguna hora del día. Eres la luz al final del túnel; el claror de la luna iluminando esta noche oscura que se asemeja al mar de mis recuerdos. No consigo derribar la muralla que me impide llegar hasta ti y proyectar uno a uno mis versos, hacerte saber que tus pequeñas manos son parte indispensable de mi cuerpo, que sin ellas soy incapaz de escribir algún poema o pintar un cuadro con tu rostro nítido. No puedo / no puedo / no logro cerrar las ventanas de la nostalgia… Tu ausencia es visible en mi cubículo de ladrillos y sueños. Es la primera vez que mis páginas están en blanco, con un lápiz danzando entre mis dedos, sin saber qué hacer, sin depurar la concentración y dar apertura a mis sentidos. Tampoco he conseguido pintar nada. Mi mente divaga en los rincones llenos de polvo y ceniza, como un fantasma amarrado por helechos de aire.


No sé si dejarme llevar por tu persistente imagen. Sería una buena opción construir algún poema con tu sabor transparente o pintar mi próximo cuadro y exponerlo con el mayor orgullo del mundo en la galería de la rue de Seine, antes de llegar al parque donde nos conocimos por vez primera. No veo la hora de estrechar tu pensamiento con los tentáculos de mi alma. Si introducirme en el arte es suficiente para detener los minutos y poder abrazar con emoción tu aliento lo haría, cada noche, cada madrugada, con tal tener finalmente frente a mis ojos el rostro de la muchacha que me hizo comprender que los cerezos tienen un agradable aroma y que las conversaciones en los parques ayudan a conocernos mejor.

Casi siempre evoco con intensidad aquel día: quisiera que se repitiera las veces que sean necesarias, jugar a mi antojo con los relojes, para poder estar tranquilo y contar de manera indefinible con el albor de tus ojos negros; pero ahora… ahora que la soledad me encierra en una cúpula y vierte su sangre alrededor, sólo me queda dibujarte en mi lienzo imaginario, construirte con mis palabras míticas, elaborar con versos tu larga cabellera y llenar tus días con mis relatos e historias. Por tenerte de vuelta en mi regazo haría lo imposible. Todo con tal de palpar una vez más la fuente que recibe el calor de tu mirada, la efusividad de tu sonrisa, las esencias entrelazadas y el significado que tienes acerca del alba y el crepúsculo.

Ch. 10-02-2006


CONTEMPLACIÓN

Su mirada me inquieta, sus ojos parecen inspeccionarme con minuciosidad, buscan algo en lo más recóndito de mí, no me abandonan. No cabe la menor duda: aquel joven me observa, me acecha en silencio, lentamente… Al principio me halagó un poco ser el centro de su atención; pero, al cabo de tanto rato ya, aquello me pareció un poco incómodo. Ni sus cálidos ojos oscuros ni su piel trigueña abrillantada por el haz de luz que penetraba por los vidrios multicolores de la ventana eran suficientes para conquistarme. De una simple mirada no nace una relación amorosa formal, sin embargo, el inquietante destello de sus ojos me daba la facultad para avizorar un posible acercamiento de su parte. No pasó ni medio minuto de mi repentino ensimismamiento, cuando lo vi voltear de donde estaba y acercarse, con pasos lentos, graduales, hacia donde yo me encontraba. Una correntada de emoción me estremeció por completo. A medida que se acercaba, iba urdiendo la manera más adecuada de presentarme: “¡Hola! ¿Cómo estás? Me di cuenta que me estabas mirando…”. No, no, debo esperar a que él tire la primera piedra. Sí, eso debo hacer: hacerme la interesante, no hablar hasta que él lo haga. Su presencia me amilanó fácilmente: no pude decirle nada cuando lo tuve al frente. Él tampoco lo hizo. Eso me alivió: no era la única que estaba muriéndose de nervios. El joven se limitó a observarme, ni siquiera intentó saludarme, darme la mano: sólo observaba. Sentí, por un instante, que, sin decir una palabra, nos estábamos ya conociendo. Repentinamente, se alejó un poco de mí, dio media vuelta y llamó al señor que estaba atendiendo en la galería. Éste se acercó a paso ligero, le preguntó en qué le podía servir y él, con una sonrisa a flor de labios, me miró fugazmente y le preguntó, señalándome con un dedo: “¿Cuánto vale este retrato?”.

Ch. 05-04-2005 Christian Ahumada

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