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AUTOSCOPIA

EL VIENTO DE LAS HERIDAS

EL VIENTO DE LAS HERIDAS


I
Te diriges por invisibles conductos,
y aunque toda senda termine en una oscura
/desembocadura,
todo fluye para incorporar al aire nuestra intensa
/respiración,
mientras la soledad y la distancia, con mayor énfasis
entonces, forjan una finita convergencia,
sin embargo, aún siento tu irrefrenable desplazamiento:
Vital y que me agoniza al mismo tiempo.


II

Pero pronto fuimos descubriendo el otro lado de su naturaleza: Su cortante fragilidad. Nuestra sangre se reflejó, aunque vital, muy vulnerable y esparcida, extendiendo sobre el suelo oscuridades fuertemente adheridas sobre nuestros
agonizantes espejos donde ahora nos seguimos hiriendo con
/lacerante contemplación.

III
El cielo despojado de oscuros vestigios
y nuestra sangre en busca de una subyacente
/diafanidad.


IV
Opacidad que te viste, tiñéndonos –al mismo tiempo-,
recorriéndonos, recóndita e inmersa, de extremo a extremo,
indemne y permanente, se extiende –desangrándose- a lo
largo de nuestros estratos más profundos: Sólo el tiempo
cicatrizará la oscuridad que circula todavía dentro de
/nosotros.


V
Persiste escarbándonos: Sus manos pequeñas
y límpidas, pero agitadas, remueven –estremeciéndome-
nuestras fragmentadas piedras arrojadas hacia nuestras
/propias profundidades:
Pero –como decía mi abuela- “quiera Dios” que puedan
asir, todavía, esa líquida transparencia debajo de la
/tierra.


VI
Sobre las piedras impregnada nuestra sangre
/primigenia,
endurecida y coagulada nuestra infancia:
El viento de las heridas esparce, en todas direcciones,
nuestras lágrimas que plenamente desfallecen sólo
cuando, en su humedad, se laceran sobre una pedregosa
/soledad.

VII
¡Observen la claridad! (que todo sea memoria en la mirada),
porque pronto –pero muy pronto- se oscurecerá el panorama,
pero el enrarecido pájaro del invierno (difusamente mojado)
arrastra, propagándola y entonces clarificándola, la subyacente
/transparencia del cielo,
las nubes desplazándose, muy saturadas y consecuentemente
humedeciendo más nuestra mirada, recorren –extendiéndola en
su totalidad- la inminente oscuridad.

VIII

Esos negros moscones (supongo todavía que lo
sigues creyendo), aunque suene contradictorio,
señalaban en sus vuelos hacia la noche,
el destino nada finito de la sangre:
Fulgor debajo y circulante,
intangibles alas que ascienden y desbordan su
/frágil respiración,
sin embargo se horadan los maderos,
deshaciéndose y exponiendo sus heridas en la
/mirada,
todo se está erosionando –obviamente- bajo
nuestros extenuados impulsos:
Desalados y desesperados,
pues cada vez es menor la distancia
(y ahora más angustiados todavía):
El resplandor más sombrío de la soledad es su
/propio abismo.

IX

Maldito vidrio. Sácaselo, pero con cuidado. Suscitan un profundo temor estas piedras. Hazle entender que no pare por allí. Vulnerables desplazamientos. Es que son sus primeros pasos. De todos modos todo es inevitable. Sólo te queda arrullar sus heridas. Pues, la sangre (como sus oscuras elegías y por sus propios impulsos) seguirá extintamente diseminándose.


X

Tus cicatrices, su sequedad profunda,
-si no las humedecemos a tiempo-
nos evocarán cuando estemos más grandes,
el siempre frágil desplazamiento
-adentro, el de su honda precariedad-,
cuando caminamos por toda la casa
y no paramos ningún instante de andar
/de aquí para allá,
cayéndonos, cargando sobre los hombros
la debilidad de nuestras lágrimas
y así se nos manche los impulsos
sacándonos estas costras con sus hirientes
/secuelas,
para que el agua –ahora- las borre
y haga morar, en su reemplazo su blanda
/transparencia.


XI

“A veces se me ocurre que mi sangre en torrente se escapa, con los rítmicos sollozos de una /fuente”.
Charles Baudelaire.

Alguien -¿Quién?, Que sea una revelación tuya-
nos cobijó este poderoso torrente,
entonces decíamos totalmente indefensos:
¿A causa de qué te desplazas para que nos propales ,
manchándonos, una finita convergencia?...
Y entonces respondió:”Para trasladar cómo mis
impulsos, a medida que pasa el tiempo, languidece
/el corazón”.
Entonces a cada uno nos quedo sólo creer, fervientemente,
-y más te vale a ti, creerlo también- en una sangre
/metafísica.


XII
Sumergido –para muy pronto, seguramente-
conmovida, agitándose, humedeciéndome por dentro,
aunque circula también tu desplazamiento,
aunque en menor proporción pero respirándome,
mezclada como lo propician los fluidos de esta
/penumbra,
y la Luna y su innata atracción: El ascenso,
(El descenso discurre sus máculas hacia su propia
orientación) copioso y transparente, hacia la profunda
/inmersión de mi mismo.

XIII
“Totalmente indefenso frente a
estos muros sanguinolentos”.
Lelis Rebolledo.

Los violentos signos han descifrado que esto
es –más que decisivo- irreversible,
seguramente llegó la hora del cruel despojo,
nuestros rojizos atavíos fue el primer arrebato,
ahora les están hundiendo (pocos ya me escudan)
/unas lanzas siniestras,
dispersos-moribundos-derramados-agonizantes
(el panorama ya hiede: La derrota pudre con mayor
/diligencia las osamentas)
los observo sin pérdida de tiempo,
el viento no puede sostener mucho rato la cortante
/obsidiana:
Mi sangre –y sus metafísicos alaridos– seguro que
perpetuará su frágil respiración en sus milenarios
descendientes (los del linaje púrpura).


XIV

Este viento que arrecia hiere esta lluvia
/incesante y moribunda:
Sin perder más tiempo moremos – ya de una vez -
/en su sangrante limpidez.


XV

“Todo lo hemos perdido, saquearon
los graneros, se llevaron nuestras
hijas, incendiaron nuestras comarcas,
sólo queda el pasado como el sueño
de los niños rodando en la hierba”.
Tomás Ruiz.

Éramos una festiva comarca:
El alba se escanciaba sobre la noche
embriagados de alegría y poseídos por el designio
de nuestros ancestros seguíamos danzando:
Seguro que la montaña nos protegería (éramos los hijos
de su terrestre esperma),
pero algo tuvo que pasar para que sucediera todo esto,
por eso hemos escrito nuestra voz no para clamar venganza,
sólo para que la sangre de nuestros comuneros fluya
eternamente en la memoria de este poema…

XVI

“Es un ángel y se le ve las alas
/heridas…”
Andrés Calamaro.

Mi hijo sigue gateando:
(Aún no puede sostenerse del viento),
el alma y sus grietas provocan cortes muy profundos,
profundidades de donde emerge, inocente pero vulnerable,
impulsando nuestros corazones tiernamente:
Desembocaduras donde se vierten las remotas
/transparencias,
pero ya anochece: El ángel, arrullándolo sin restañar
todavía la sangre, acogerá el pleno dolor de sus otras
/heridas.

XVII


Qué vale la pena escribir a estas alturas,
quizás apelar a cualquier cosa como plagiarle
(discúlpame José), para mi temática conveniencia,
”desde el fondo sediento de tus heridas” este verso,
o sólo evocar la trivialidad y la falta de medicamentos
y escribir que mamá, muy llorosa, ponía un pedazo de
/cebolla sobre mis heridas,
o recordando las noches de infancia saturadas de
/murciélagos,
pero a qué más referirme:
Tan sólo asumirme cansado y vulnerable y que no es recomendable
escribir un poema deseando desesperadamente este punto final.

XVIII

En ese tenebroso acto –digo tenebroso-
sólo por la hora de su ineludible consumación,
cruento por la sustancia involucrada,
más que asirse sádicamente de la víctima,
y coagularles nuestra atávica oscuridad
/en la mirada,
estamos aboliendo, una vez más, la aspiración de
purificarnos (nosotros, la condenada estirpe de los
/vampiros)
con ese metafísico fluido que sólo depara el ciclo
/natural de la muerte.

XIX
“Será, pues, vuestro distintivo la sangre
en las casas de vuestra morada”.
Éxodo 12, 13.

Como todo esto contribuye a su purificación,
la sangre que circunda sus venas es la que sobre los
/dinteles esparcirán,
ayunando el tiempo necesario para una profunda cicatrización
sólo esto reparará constantemente su precaria naturaleza,
mientras todo esto acontezca beberán de su propia y copiosa
/melancolía,
entonces a la medianoche (cuando lancen al viento sus alaridos más hirientes) exterminaré a los que no me consagraron, humildemente, a sus primogénitos y no rociaron su oscura sangre sobre sus vulnerables puertas.

XX
“¿Cuál es tu porvenir, sangre?”
Luis Eduardo García.

De dónde surges, hacia qué lugar debieras retornar
/ visiblemente,
todo es difuso durante tu vertiginoso recorrido
donde es difícil precisar una primordial referencia,
todo – raudamente – se desvanece durante tu incesante
/ trayectoria,
¡ Qué esperas para detenerte solamente un instante ¡
( seguro que esto va a fluir también inadvertidamente ),
qué nos espera entonces sino atenernos al postrer desenlace:
Que se vierta la eternidad dentro de nuestros corazones
( dentro de su atornasolada postración ).


XXI

En ese torrente habitemos ahora para guarecernos dentro de su fluencia: El intangible desplazamiento que nos cicatrizará por dentro –y totalmente-.


RICARDO MUSSE (Piura, 1971)

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