Blogia
AUTOSCOPIA

FIESTA EN EL CIELO

FIESTA EN EL CIELO

FIESTA EN EL CIELO

La fiesta está en su apogeo. Allá abajo en el pueblo se alistan los castillones para iluminar aún más el cielo de este valle donde algunas estrellas cruzan esta noche cambiando caprichosamente de dirección. Pero nadie está prestando su atención a esas señales, ebrios de tanta chicha fermentada. Turín sube la cuesta delante de Felipa ayudándola a seguirlo entre las piedras

Aquí se está más tranquilo, felipita, y la música que llega, suena como venida de más lejos en las madrugadas antes que despierte el campamento. Turín tiene las manos tibias, toma las de Felipa para calentarlas, sus miradas se cruzan, y se abrazan, lenta, pero lentamente, mientras el pueblo, abajo, aún sigue en su noche de fiesta. Pa` el otro lado está el río, allá estaremos Felipa, más tranquilos, ¿Vamos? vamos...

Turín prueba acariciar despacio los cabellos de Felipa, bastante sabe de sus manos toscas, callosas y curtidas con los años que tiene ya de obrero en estas minas. Los cabellos de Felipa huelen a caldo de mote. Fueron ganando confianza con las piedras brillantes que Turín regalaba a la ayudante de cocina a cambio de que le sirviera más arroz, más papa, más pollito...

Cuesta abajo hacia el río, Turín espera estremecer a Felipa con sus caricias rústicas hasta que le permita desnudar sus pechos y besarlos, ajeno al viento helado de ese valle, como el que se colaba por los muchos resquicios que tiene la despensa, en sus primeros ardientes y efímeros encuentros. Tan absorto que no advierte las sombras que parecen seguirlo atrás a varios metros...

Faltando poco para llegar al río la pareja es cercada por dos encapuchados portando gruesos ponchos y pistolas en mano. Turín intenta proteger a la Felipa.
- A ella déjenla, si quieren llévenme a mí, pues- dice casi ahogándose del miedo.
Sabe que los terrucos no tienen piedad, lo han demostrado al empalar al dirigente sindical de hace dos años. Ahora le tocaba a él, si es que acaso supieran que ese ahora era su cargo, que se lo había ganando liderando huelgas a favor de los comuneros y denunciando irregularidades en la adquisición de suministros y explosivos. De ser así, pensó Turín, había soplones en el campamento.

Examinó las botas de los encapuchados. – “Éstos no son terrucos”, pensó- y llegó a confirmarlo al escuchar la voz del que apuntaba ahora ese revolver bien cerquita a su frente: - Póngase de rodillas, don Amancio... -

-“No puede ser..”- pensó Turín, y se enfrentó al cañón que casi le tocaba la frente.

Ichpas, ¿eres opa, o qué? ¿quién te ha mandado a matarme a mí?, cómo me vas a matar así, yo fui el que te hizo entrar al campamento, que siempre te ha defendido cuando sospechaban que tu robabas en tus rondas, por mí eres ahora vigilante de la empresa, dime quién te ha pagado?

Y tú, Cervantes, tú no tampoco tienes nada de terruco. Bien que te acuerdas que te conseguí trabajo cuando estabas huyendo por matar a tu mujer, yo te escondí aquí, donde nadie te iba a buscar, por mí también eres alguien ahora, ¿a ti también te han pagado? ¿le han pagado a mi gente para hacerme desaparecer?.

Ya, Vidal- increpaba Cervantes- Tírale de una vez y regresemos al toque.

Espera, espera... – Vidal Ichpas siente su corazón en la garganta, “Ya recibí la plata, pues, además nos dijeron que nos iban a limpiar...” – ve su mano temblar como el cabello de Felipa, el cañón se termina en los ojos del que va a dejar de ser su protector. “Ya está hecho, pues, ya nos pagaron. Ahora no hay más que terminar lo empezado nomás” .

- P-perdóneme Don Amancio... -

... ¿Qué, no vas a darle?, Tenemos que volver rápido, huevón, sino se van a dar cuenta, y la cagada... - Cervantes siente cómo tiemblan sus rodillas, impreca a Ichpas para darse a sí mismo el valor que le falta para acabar el trabajo, solo que él, tampoco tiene el valor suficiente para jalar del gatillo...

Fiesta en el cielo: Luces de colores, gritos música y más chicha de jora. El estruendo de los castillones atenúa el disparo de la mano de Felipa. Turín se aferra a la vida. con sus manos intenta detener el río que se escurre de su pecho, cae al suelo de golpe y siente que se ahoga con su propia sangre, Cervantes e Ichpas observaban el cuadro atónitos, paralizados .

Turín sobrevuela el cerro fuera de su cuerpo. Ve a Felipa acercase y rematarlo de un tiro en la cabeza, le devuelve el revólver a Cervantes y se aleja hacia el pueblo sabiendo que ahora ellos tendrán que maquillar al Amancio para que su muerte parezca cosa de terrucos. La Felipa se ve ya en su tiendita de abarrotes, descansando de aquello que tuvo que aguantar, lejos de esa mugrosa y podrida minera que igual tiene que darle su parte del trabajo cuando se le cumpla el mes..

Elio Osejo Aguilar:Lima 1976 radica en huancayo hace 2 años poeta mediador cultural. www.fuegofatuo.com

0 comentarios