Blogia
AUTOSCOPIA

Nuestras noches falsas.

Nuestras noches falsas. Anoche soñé que dormía con una mujer casada. Llegué junto a la lluvia violenta. Llamé a su puerta sabiendo que estaba sola. Su sorpresa fue grande. ¡Tanto tiempo!, dijo. No tuve palabras, y no importaron. Luego estuve en su lecho. Me estrujaba susurrando: “¡tanto tiempo!”, una, y otra vez. Sentí sus lágrimas mojando mis mejillas; como la vez que me dijo que no nos veríamos más, que ya no estaba sola, que llegué tarde.
Hablamos poco, el tiempo era corto, importaba el instante. Tengo que amarte, dije, no esperando respuesta; no la dio… Tocaba su piel y era la misma, aquella que antes se abrasaba con estas mismas manos. La identificación fue instantánea, suficiente para enterarme que aún esperaba mi piel respirar con la suya; acaso rememorando momentos lejanos; idénticos a los de sus sueños, y a los días bajo el sol o la lluvia, en un bosque... Ella volvía de cuando en cuando al mundo real; inquieta, rogando esto no fuera solo un sueño de los tantos que tenía, y no debía soñar, porque entraba en los míos y se negaba a salir. No debía el tiempo consumir este encuentro, mas indiferente, lo hacía; como antes.
Quedó dormida en mis brazos, rogando me quedara un instante. La vi dormir. No quise interrumpir su sueño apacible. Soñé mi propio sueño, despierto: soñé que la lluvia nos mojaba al pie de un árbol, violenta. Empapados, amantes, sintiendo las gotas caer persistentes, como ahora a la casa soñada; entonces le pedía con la mirada, como ahora a su rostro dormido, no me apartara de su mente, cuando en realidad nunca lo hacía. Soñé que la llevaba lejos, donde nadie pudiera encontrarnos; y que la tenía no esta noche sino todas las noches, con todos sus días; y que la vida que llevo no era más que un sueño, absurdo; que su vida no se había separado de la mía, para perderse en lo que era hoy; que sus manos no tocaban más que mi piel, y que el tiempo se hacía eterno para ambos; lejos, muy lejos; allá, de donde no se podía volver…
Desperté estando despierto cuando ella todavía dormía. Atisbaba el alba, la mañana se acercaba para sorprendernos en un instante imposible. A mí, despertando en el lugar equivocado. Y a ella, soñando, con el sol en el rostro, en mis brazos, como antes… La lluvia, cesante, informaba el tiempo de partida. No quise apartarla, quizá soñaba en nuestro mundo fallido, o que hacíamos el amor, como antes, así, por gusto. Temblorosa, complacida, coqueta; intuyendo su naturaleza, pues no sabía como antes, sino a forzado, infringido, prohibido. Debió esto inquietarla; sentí su sobresalto repentino, mas apagado al sentir mi respiro. No quise despertarla, pero lo hice. Pidió un minuto más, como antes; ¡cómo negarme! También soñé. Soñé que hacíamos el amor, en pleno día, a escondidas, al pie de un árbol, refugiados en bosques de mañanas floridas; en una casa de la que despertamos enlazados al amanecer, y que sólo los dos conocemos, escondida siempre, ahí… Desnudos, lúdicos, lascivos, amantes; sintiendo como antes, felices; con el vértigo de sentirnos descubiertos por alguien; quizá el guardabosque; mas vencidos por la pasión, indiferentes al tiempo, a nuestros mundos, a todo.

Sonó la puerta, esa que nunca lo hacía. Nos descubrieron. No el guardabosque, o el esposo olvidado, sino su madre, que siempre estaba; como antes. Apenas tuve tiempo para refugiarme donde ya sabía yo (sugerido en mis sueños, habilitado en los suyos). Algo la delataría, su madre siguió mis pasos, llegaría a mí directamente… Al encontrarme gritaría, y sabría de mí. Sería el fin. No era justo, no se lo merecía.
Desperté. Desperté y aún dormía en mis brazos. Soñaba, quizá que hacíamos el amor: en un bosque, bajo árboles, o en una casa bajo la lluvia violenta, no importaba. Era tarde, no quise interrumpirla. Desperté.

DANIEL GONZALES ROSALES

0 comentarios