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AUTOSCOPIA

Sasha y Sissi

Sasha  y Sissi

Jimmy Britto. Pimentel-Lambayeque, 1980. Estudia Literatura en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa; co-dirigió la revista de divulgación literaria Cara de Camión.

(A Verano en los Ojos).

Viernes Once
Mis dos zapatos de taco por aquí... por allá, bien distantes uno del otro. Son rojos, y casi llegando a la punta llevan un adornito; es una corbatita michi; y son anchos, muy anchos.
Desde la cabecera de esta cama los veo al ir penetrando la lejanía callada, densa y quieta que inspira este lugar, como un aire que es absorto, que se encuentra en todo; que va flotando en las orejas de mis peluches, en la pantalla de la televisión, en medio de este ambiente colorido de espasmos repentinos en los que me pierdo.
Si pues. Allá mis zapatos altos, por aquí un collar verde y un bolso que me acompaña hace como cuatro años a donde vaya, con quien vaya. Los coloretes desparramados: el Vammy Ciruela, el Fresa Eslava. Y un rimmel que es a prueba de agua.
Mi vestido que aún brilla sobre el bidé. Tiene unos puntitos que imitan mal la fantasía a color, es rojo. No llega a tapar ni la mitad de mis muslos, pero me dibuja bien.
También muestra la blancura de mis duros pechos, grandes pechos, empinados pechos. De todos, este es el que más me gusta. De hecho, aunque las demás me critiquen, hay semanas enteras que me la pasó con este stresh diminuto de escote en la espalda y mangas largas.
El perfume se puede oler desde aquí. No me extraña, pero tampoco es mío. Encima esta la peluca con la que soy rubia todas las noches de martes a sábado, de ocho a tres, haga o no haga frió entre baldosas y semáforos malogrados. Entonces el espejo a mi diestra. De una esquina cuelga un rosario que veo por pura inercia y es ahí cuando me viene una sensación de absurdo si me pregunto que hago aun viva.
Es todos los días. Mas eso me ayuda a que me vea bella por una especie de contraste; con buenos pechos para tocar y chupar, y una boca briosa que dé besos largos y profundos, hasta la campanilla de la garganta, tan frescos como lo son esos de verdad.
El espejo me muestra cuando estoy echada en la cama, así como ahora, escuchando a Cake con I Hill Survive. Es de cuerpo entero y en la parte baja hay cochinada de mosca que no sale... cubre muchos de los trozos de cartón y tabla que hacen de la pared. También ayudan las fotos de Sinatra, las de Van Dame.
Deben ser las cuatro; será un cigarrito para la desperezada como dice mi amiga Sisi antes de levantarme e ir a traer agua para lavarme. He dormido bien.
Por el sol y su resplandor que filtra por la calamina es el calor. Ya estoy acostumbrada, sin embargo, a veces tengo suerte y puedo dormir hasta las cinco de la tarde, es cuando salen bien las autenticas huidas, los sueños más bonitos.
Llego a las tres de la madrugada, pero diré que rara vez duermo enseguida: en tinieblas me aseguro que tras la puerta quede una silla como único seguro; luego me desnudo y antes de tirarme de bruces entre la pared y un Garfield reviso la plata que haya podido conseguir, luego, ya envuelta en sabanas toco partes especificas de mi cuerpo; me recorro como verificando si es cierto que estoy completa, viva.
Las ciudades son peligrosas en la madrugada. Al menos eso es lo que dice Sisi que ha caminado como nadie; es qué cuanto más para alguien que pulula en esquinas sin puertas ni ventanas, con graffitis obscenos, con orina donde patinas y ríes...
Luego, en este cuarto, cuando todo queda muerto, pienso en cosas que no tuvieron importancia. Más de las veces en cómo la gente me mira.
Busco nombre a esa sensación muda que me lanzan, de la que me contagian; hacen provocar esa rareza hacia mí misma al volver al silencio de este lugar. Sus ojos, porque muchas veces no lograron extraviarse a los míos, en sus ojos aflora la desconfianza, el miedo, la mueca, y en algunos hasta la repugnancia. Seguro que es por mis cabellos o por mis largas piernas siguiéndose una a otra.
Y por eso este trabajo.
Le he llegado a tomar cariño a esta insana defensa contra los señores y señoras que giran en esta arena; jovenzuelos civilizados, y un buen día entendí que es mejor moverse en la oscuridad, comer en la oscuridad, emborracharse en las tinieblas, reír en esa oscuridad donde sólo yo contemplo mi mejor perfil. La cautela es importante para no llorar cuando una tras la ventana cual espía ve como ellos lo van devorando todo, los veranos y las primaveras en los parques y cines; con sus hijos, con sus globos. Cual gusanos se arrastran en las mañanas donde yo no sé de pan caliente; sí,... claro, y la manía maravillosa que debe ser tomarle la mano a alguien y andar. Ya en la noche. Ya en la tarde. Cierras la ventana, corres la cortina. Lo consumen todo, se desplazan a dos patas, ríen, también se peinan, llevando en la muñeca relojes que marcan un tiempo imaginario hecho de dispatia, unos segundos que no cuentan cuando ellos duermen y yo no.
Pero no me quejo, no.
Me despertó el calor y la radio sigue encendida, ha estado contemplándome, viendo como el maquillaje mezclado con sudor se corre por las arrugas de mis mejillas caídas, y mi frente; el ciclo de como se fueron agrandando los círculos de baba sobre la almohada.
Ha garuado. Eran azules las gotas que caían de un cielo invertido. Cuando las luces chocaban bien podía notarlo. Eso lo vuelve todo más desolado se quiera o no. Mis tres billetes arrugados en la mesa, hechos bolitas, ahí, junto al colirio.
Los conseguí en dos salidas. Uno fue por la masturbada a un vejete que en su época debió ser alguien importante.
Los otros dos por el servicio prestado a un cobrador o controlador, no oí bien, en el ultimo asiento de un ómnibus Comas-Vitarte... no es la primera vez obviando hoteles, fue rápido y limpio, todo el liquido que broto de su aparato quedó para siempre dentro de mi culo que lo trago todo, para el siempre. Poco papel, algo de ganas. Ando desquiciada últimamente.
Baje del bus bien agarrada del tubo helado, todo anda tan resbaladizo que una se puede matar en cualquier momento; di unas vueltas más, mas luego la avenida se me hizo vacía... Entonces empecé a caminarla a pasos cortos pero desequilibrados, como a punto de un desmayo; me fui hundiendo dormida en esa boca de dientes luminosos, de lengua negra y dura, salivada con el roció de la noche. Después me calme, y lo único que retumbaba en la ciudad era mi chicle chapoteando en mi boca. Ya había algo de gente.
Mi cuarto estaba lejos pero igual camine con la calma que busco para mi sangre, y la brisa es más cruel que antes... penetra a fondo en cada uno de los huesos que me sostienen, a una mano caliento mis caderas frotando kerosene; también es preciso untar las rodillas; es ahí donde el dolor es verdaderamente insoportable...
Sigo con los ojos cerrados, pensando en cualquier cosa, escribiendo al azar…(y me miro lo mire y lo arrastre al jardín, entre plantas y mierda de animales lo hicimos; gratis y a gatas... fue rápido y limpio, al acabar sólo atine a decirle chau papi mientras agachada me limpiaba a fondo. Fue la risotada lo que más me hace recordar ese asunto, la risotada de Sisi, digo)... cuando se lo conté.
Me llamo Sasha. Y vivo sola, a no decir de Micho.
Los portazos de mis vecinos también se afirman como una compañía, eso rompe con muchas cosas que se tejen en mi cabeza cuando no duermo. Ahí una luz mortecina alumbra día y noche, es un corredor donde es infaltable la ropa colgada, la de ellos, porque a mí me provoca cierta vergüenza los huecos insanables de mis blusas. Pero todo es soportable, a no decir que es el santo de mamá Gonzala, en ocasiones aun la extraño como un chico, aunque ni yo misma lo pueda creer.
Pero nada ha cambiado. Yo no he cambiado, así que a rascarse las entre piernas, nada de visitas ni nada. Una vuelta y de espaldas a la puerta, al espejo, a mi abrigo colgado; qué cansada me siento... ¿y si el alma esta en el estomago?... ¡¡en el intestino grueso!!... jaja. Cae una lagrima y otra, y veinte y cien… es urgente el colirio.
Tengo plata, pero nada de hambre; quizá sed, eso sí.
¡Sasha! ¡Sasha!... no, no lo soy... no lo soy y lo comprendo de nuevo cuando rozo mi pene al bañarme, cuando esto se convierte en un ejercicio para disipar el sin sentido hacia las cosas; para alejar ese remordimiento verdaderamente absurdo de pena que me produce el que no vean mis ojos bajo el cerquillo... mis ojos cafés, mis lindos ojos cafés. Yo, a mí, de haber sido mujer me hubiera gustado llamarme así: Sasha.
Pero no, sólo soy un cabro viejo que duerme mucho; un maricon, espero que sano.
Soy la más franca en el oficio a la hora de dejarme tomar, el asunto es que paguen algo. Los secretos de los años los pongo a sus disposiciones, a sus satisfacciones, y me alegra hacerlo.
Sé bien, y esto es por decir algo, que mientras con más peso me siente en sus pubis al tener todo su aparato dentro de mi túnel escabroso, el placer puede llegar a ser satánico, como bien un policía me lo dijo. Te dicen que eres bella, y puede que hasta con un besito te despidan antes de abrirte la puerta, en el pasado me cuidaba, ahora no, porque a ellos les gusta así, a mí también; ya nada de esos jebes olorosos que se deslizan tan bien en el trasero, y en la los espacios del paladar y la lengua.
Ahora disfruto con cada uno de mis clientes, hay derecho ¿no? . Eso me lleva a apretarlos fuerte contra mi espalda sintiendo como en las nalgas y muslos unas gotas calientes descienden hasta las pantorrillas... con furia de adentro afuera; rabiando, algo nos decíamos... me insultaba, pero a mí sólo me importaba cerrar los ojos y sentir su pinga, sentírla bien adentro, húmeda y tiesa; sentirme estremecida cuando me raspaba las paredes de ahí… segundos interminables, enfermizos. Más y más adentro le pedía, pero nada. En lo más profundo, empecé a sentir como era rasgada talentosamente por sus movimientos, fue por mucho tiempo. Me gustaba. No le cobraría.
Sin embargo la sabana en algún momento empezó a nublarse, a desaparecer; los sonidos eran ecos y mis brazos flaquearon. Yo no sentía nada, mejor dicho, sólo el relente mojando la curva de mi nariz, y mi cuerpo cediendo boca abajo cuando mis brazos ya no lo soportaron.
No lo entendí hasta que al despertar de lo gris de la inconciencia me vi levitando en el rojo de mi sangre, en el océano de mi sangre; esos lugares son peligrosos, y más si el puñal hubiera alcanzado la totalidad del ano, o la punta del hígado. Los locos esos; Sisi se portó como nadie, Sisi murió ayer. Pero ese es otro tema.
Tantas esperas para olvidar…. Buena canción.
Nadie entiende que todo hubiera sido igual: que el sol hubiera sido igual... jaja... no, cojudeses, otras cosas hubieran sido igual. Nada hubiera sido tan diferente. Igual me hubieran abierto las piernas en algún hotel barato a medianoche mientras papá veía la tele, igual daría la vida por Mecano... no sé. Igual saltaría mi corazón con un deseo, con lo fugaz que a veces parecen ser los sueños .Y de eso si estoy seguro.
Tal vez sólo tendría a alguien a quien abrazar mientras lo amo, alguien a quien decirle cuan triste estoy mientras fumo cruzado en la cama en esas tarde donde llueve y el techo parece ceder con su foco amarillo.
Soy Sasha, y silbo. Tal vez sólo tendría billetes bien planchados con los que comería comida caliente metida en una falda a cuadros bien baja y ancha, pidiendo al mediodía que repitan esta canci… mostrando los dientes sanos que tengo… sonreír, como ahora lo estoy haciendo, por pensar en la cantidad de porquerías que a uno se le puede ocurrir en la sala de un hospital, mientras recuerdas qué fue tu vida, tu cuarto, y un par de sueños, por ahí.
Deben ser las siete.

2 comentarios

Luis Ghandi -

Este relato pertenece a Enfermedad africana es un cuento sub urbano marginal , asqueroso en un sentido positivo de la vida es vulgar irreberente insano , simplemente Magnifico!

tubela ocacion de conocer a Jimmy en kusko Nice!

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