Ejercicios de vértigo
Jorge Hurtado
Encuentro con un escritor maldito
El bus aun no sale. Las cuatro personas en la sala de espera hacen cualquier cosa para matar el tiempo. El premier se consume por completo entre mis dedos; es mentira que el tiempo pasa más lento mientras uno fuma, sólo que de alguna forma debemos matar los nervios. Recorro todos los rostros y veo al viejo escritor sentado junto a la pared. Creí que había muerto hace más diez años. Y allí estaba, viajando en buses baratos hacia cualquier parte del Perú.
Feo y desaliñado, bebe licor de una botella de plástico azul. Nos mira. Sus ojos eran cuchillos para extirpar la poesía feroz que está oculta en la vida. La vida que está en todos lados, como única vida posible, desnuda y total. Y escribió sobre esta experiencia en las márgenes de las ciudades, allí donde nadie se atrevía a hacer literatura. Y fue rechazado un montón de veces por los editores hasta que alguien dijo: eh, mira, sí qué este tío es bueno. Y empezó a publicar libros con títulos bizarros.
Es un tipo despreciable, me dijo la mujer sentada a mi costado. Está aquí desde ayer, creo que espera a alguien, se acercó a susurrarnos la mujer de la limpieza. Recuerdo los comentarios desagradables que había leído o escuchado sobre él. No sabe escribir, no tiene educación literaria, es un grosero, su prosa es asquerosa y lo que escribe es insano, es un vagabundo que sufrió un atentado por mujeres feministas, es un viejo de mierda ...y se murió como un perro, amado por muchos y odiado por pocos.
Quise acercarme. Necesitaba saber si seguía opinando sobre qué haría si el mundo se acabase en estos momentos. Él siempre respondía que no haría nada por la Gente; sólo les aconsejaría que lleven dinero para su colectivo. No sé me ocurría otra pregunta. Está borracho, me advirtió la señora, pero si habla con él, dígale que se largue de aquí, que este lugar no es su casa. La vieja lo detestaba por su saco viejo, su barba crecida y su nariz de alcohólico.
Dejé mi mochila en el incómodo asiento de plástico y me acerqué a pedirle fuego. Señor Charles Bukowski, dije en un inglés imperfecto que estaba más cerca del balbuceo, ¿tiene fuego? No se sintió descubierto. Sacó un encendedor de su bolsillo, con indiferencia. Y cuando estaba punto de enceder el cigarro, la señora de la limpieza se acercó con la escoba en alto, como un caballero de una Cruzada posmoderna, señalando el molesto letrero de NO FUMAR.
El escritor se levantó, estirando sus brazos como si se despertase de un sueño pesado. Y cuando ya se disponía a largarse, le pregunté a quién esperaba o a dónde iba. Sin detenerse en su huida, carraspeó la voz y escupió la frase: No hay camino hacia el paraíso...
Me quedé parado en la salida de autobuses. Esa noche decidí no viajar hacia ningún lado.
Encuentro con un escritor maldito
El bus aun no sale. Las cuatro personas en la sala de espera hacen cualquier cosa para matar el tiempo. El premier se consume por completo entre mis dedos; es mentira que el tiempo pasa más lento mientras uno fuma, sólo que de alguna forma debemos matar los nervios. Recorro todos los rostros y veo al viejo escritor sentado junto a la pared. Creí que había muerto hace más diez años. Y allí estaba, viajando en buses baratos hacia cualquier parte del Perú.
Feo y desaliñado, bebe licor de una botella de plástico azul. Nos mira. Sus ojos eran cuchillos para extirpar la poesía feroz que está oculta en la vida. La vida que está en todos lados, como única vida posible, desnuda y total. Y escribió sobre esta experiencia en las márgenes de las ciudades, allí donde nadie se atrevía a hacer literatura. Y fue rechazado un montón de veces por los editores hasta que alguien dijo: eh, mira, sí qué este tío es bueno. Y empezó a publicar libros con títulos bizarros.
Es un tipo despreciable, me dijo la mujer sentada a mi costado. Está aquí desde ayer, creo que espera a alguien, se acercó a susurrarnos la mujer de la limpieza. Recuerdo los comentarios desagradables que había leído o escuchado sobre él. No sabe escribir, no tiene educación literaria, es un grosero, su prosa es asquerosa y lo que escribe es insano, es un vagabundo que sufrió un atentado por mujeres feministas, es un viejo de mierda ...y se murió como un perro, amado por muchos y odiado por pocos.
Quise acercarme. Necesitaba saber si seguía opinando sobre qué haría si el mundo se acabase en estos momentos. Él siempre respondía que no haría nada por la Gente; sólo les aconsejaría que lleven dinero para su colectivo. No sé me ocurría otra pregunta. Está borracho, me advirtió la señora, pero si habla con él, dígale que se largue de aquí, que este lugar no es su casa. La vieja lo detestaba por su saco viejo, su barba crecida y su nariz de alcohólico.
Dejé mi mochila en el incómodo asiento de plástico y me acerqué a pedirle fuego. Señor Charles Bukowski, dije en un inglés imperfecto que estaba más cerca del balbuceo, ¿tiene fuego? No se sintió descubierto. Sacó un encendedor de su bolsillo, con indiferencia. Y cuando estaba punto de enceder el cigarro, la señora de la limpieza se acercó con la escoba en alto, como un caballero de una Cruzada posmoderna, señalando el molesto letrero de NO FUMAR.
El escritor se levantó, estirando sus brazos como si se despertase de un sueño pesado. Y cuando ya se disponía a largarse, le pregunté a quién esperaba o a dónde iba. Sin detenerse en su huida, carraspeó la voz y escupió la frase: No hay camino hacia el paraíso...
Me quedé parado en la salida de autobuses. Esa noche decidí no viajar hacia ningún lado.
3 comentarios
angie molero -
Jessica -
Buscando , no encontre una solucion , queria saber si ustedes podrian darmela,
atte, Jessica Vorisuku.
felipe -