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CUENTOS PRESENTADOS PARA EL CONCURSO DE RELATO BREVE EN HUARAZ

CUENTOS PRESENTADOS PARA EL CONCURSO DE RELATO BREVE EN HUARAZ

Relato breve 2006


LA JOVEN Y LA FLOR


Qué lleva a una mujer joven y hermosa, a destruir una flor ante los ojos de los demás. O frente a mí que parezco el blanco de su acto, porque soy el único que puede ver cabalmente lo que acontece en sus manos (sus compañeros no separan la vista de la maraña de preguntas).

La veo ahí, sentada en una silla final, deshojando esa flor (o lo que queda de ella). Llegó un poco tarde al examen final del curso que lleva conmigo en la universidad —justo tras de mí. Sus manos cogieron, temblonas, los pétalos que fueron cayendo una a una en lapsos cada vez más prolongados.

Quizá nunca le regalaron una, así que decidió regalársela a sí misma; pero al reflexionar sobre lo ilógico del gesto y de lo absurdo y desfachatado que resultaba aquello, le quedó solo deshacer esa mentira, y lógicamente romper, pétalo a pétalo, la flor.

Tal vez no fue entregada por la persona esperada. La recibió porque el momento y el lugar no le permitieron realizar un desplante. O la cogió sin pensarlo, en abstracción, por un simple error. Luego, cayendo en cuenta sobre el absurdo de aceptarla de una persona que no existía en su mundo o que apenas conocía, se deshacía, apenada, de ella.

O la recibió de la persona amada —que parece más evidente—; aquella que le causara algún daño, y que después intentara apaciguar el hecho y disculparse, empezando con esa flor. La recibió porque esas palabras sonaban cargadas de convicción y sinceridad. Pero luego que sopesando las palabras y la flor con el daño causado cayera en cuenta de que no merecía el perdón, empezó a destruir y destruirse con la flor; aunque se desgarrara de a poquito el amor que cultivaran para caerse hoy en pedacitos, produciendo las lágrimas que no se decidían a salir libremente por la circunstancia (y las personas que la rodeaban) o porque no quería mostrar todo su dolor. Por eso el acto en el aula, parsimonioso y doloroso a los ojos de quien pudiera observarlo: las lágrimas eran los pétalos de flor.

O no supo cómo lo hizo, pero estuvo deshojándola hasta el final. Cayó en el hecho cuando ya era demasiado tarde. La reacción la hizo sentirse más triste. Pues ya estaba nuevamente sola, como desde siempre. Y sin poder compartir, con alguien, su pena. La hubiera podido consolar si las reglas lo permitieran fácilmente, no quise romper los protocolos sociales.

Es hermosa como el mediodía. Andina y sonriente. No la había visto así jamás.

Di la orden de entrega sabiendo que ni siquiera había cogido el examen. Supo que yo la observaba; se marchó en silencio.

Vi la flor regada en el piso; recogí sus pedazos. Quise recomponerla; lo intenté: decir que lucharía, que solo esperara. Pero algunos actos: el vivir a escondidas, el transgredir los contratos sociales, el tener un hijo en la clandestinidad o romper un matrimonio; entre otras cosas, eran ahora con lo que debía luchar.



DEIDI


Si pisas el gras de la plaza, te quedarás en Huarmey para siempre. Es la tradición.

Lo pisé inevitablemente.

La conocí esa enamoradiza tarde; sentados sobre la arena, contemplamos el mar atestado de lanchas, mientras nuestros cuerpos se buscaban y conocían en silencio entre la rojiza penumbra naciente.

La siguiente noche partí, prometí volver en cuanto publicara mi siguiente poemario. Te lo dedicaré, lo presentaré aquí, en Huarmey, y luego nos casaremos, musité endulzándola.

Ella bajó la cabeza tristemente. Y tú, Anita, habías venido con ella; nunca te separaste de nosotros.

Al amanecer, el frío me despertó, el costeño cielo grisáceo fue reemplazado por el azul andino de Huarás y en mi corazón sentí un gran vacío; desde entonces, ya nada era igual; todo transcurría entre la vehemencia y el vértigo más enfermizos.

Seis meses después cumplí con mi promesa. Ah, si supieras cuánto sufrí. Llegué a casa de Kawide, huérfano y desorientado. He venido porque ya sabes lo que pisé y tienes que ayudarme, musité desfalleciente.

¿Sabes?, me guié por la insignia de colegio que ella me regaló justo antes de irme. Para que siempre te acuerdes de mí y de tus promesas; me susurró luego del último beso, mientras ambos tratábamos de acallar las inevitables lágrimas del adiós. Tú también estabas allí, ¿lo recuerdas?

Ayudado por Kawide, llegué al colegio. Esperé la hora del recreo; mientras bullía en mí una incesante tormenta de imágenes añoradas; su rostro encendido, sus ojos negros, su delgada cintura, su frágil cuerpo adolescente, confundidos con un sentimiento de angustia que me envolvía hasta hacerme rondar por las lindes de la locura más amada.

Inesperadamente, sonó el timbre, y entre el tropel de muchachitas alborotadas y sonrientes, logré reconocerla inmediatamente; ella se adelantó al verme, su delicado cuerpecito se estrujó otra vez más entre mis brazos ante, la mirada atónita de sus compañeritas. Esa vez, también estuviste junto a ella, mirándonos con cierta envidia.

Te lo confieso, esa noche salimos a pasear por la plaza, abrazado a ella, pisé una y otra vez aquel gras. Para que se cumpla la tradición, le susurraba mientras sonreía enamorada; recorrimos las penumbrosas calles, la playa serena ya dormida; esa noche lo recordamos todo, y hasta algo más. Solo que en esa ocasión, ya no nos acompañaste.

Al amanecer, éramos inseparables. Desayuné en su casa, conocí a su familia, esa tarde fueron a la presentación. Este poemario está dedicado a mi hijita Deidi por su novio huarasino, gritaba tu tío, emocionado.

Esos días fueron inolvidables, hasta ahora siento lo que viví con ella; para entonces decidiste abandonarnos.

Bueno, durmamos ya, Anita querida, mañana es nuestro tercer aniversario y ya sabes cómo se comporta Santiago al ver a sus abuelos, seguro que también vendrá tu prima Deidi, aunque todavía no te haya perdonado que le hayas quitado el novio.

Ahora sé que si pisas el gras de Huarmey te quedarás allí para siempre, y que corazón huarasino se parece al cielo serrano.


LA MALDICION DEL ABUELO


Sebastián no comprendía porqué sus padres le habían dejado con su abuelo en un pueblo tan lejano e inhóspito como Huari, donde los cerros se elevaban de manera misteriosa tomando formas caprichosas parecidas a rostros humanos que clamaban perdón. Aquel pueblo le parecía tan extraño e ínfimo pero a la vez místico y bello, por las formas de las construcciones de sus casas que tenían paredes de barro y techos de paja.

Sus padres solo le dijeron que volverían en una semana, ya habían pasado dos meses y aún seguía esperando, en aquel montículo de piedras que los viajeros de tanto viajar habían acumulado, dizque para la buena suerte a la salida y entrada del pueblo, mientras que su abuelo, un tipo déspota, cometía abusos contra él.

Un día su madre se le apareció en sueños y le dijo que buscara un huevo de gallo para protegerse del diablo, Sebastián se despertó sobresaltado y se dirigió al gallinero, grande fue su sorpresa cuando confirmó que efectivamente el gallo había puesto un huevo el cual era pequeño y oscuro, se lo llevó a un curandero y este le aconsejo que lo empollara en sus axilas por siete horas para luego sacar un anillo de oro que le protegería del maligno.

Al día siguiente, a la medianoche el supay se apareció con intención de llevarse el alma del muchacho, según el pacto de sangre que hizo su abuelo, que condenó al pobre niño para salvarse de los infiernos, ya que en su juventud fue un pishtaco, pero Sebastián siendo muy astuto huyó en un burro hacia una cueva llamada pishtaq machey perseguido por su abuelo y el diablo que montaban una mula, que de acuerdo a las tradiciones, tienen siete pensamientos a la vez, solo para hacer maldades y muy cerca de un abismo los botó, dando tiempo al muchacho par llegar a su destino, una vez en la cueva se le apareció el espíritu de sus padres que le confesaron que fueron victimas de su malvado abuelo y que la única manera de librarse de la maldición era enterrar el anillo rezando un padre nuestro. Así lo hizo y cuando estaba a punto de ser alcanzado de nuevo por el diablo, logró enterrar el anillo mientras que el supay huía dando gritos y llevándose el alma de su abuelo.

Sebastián nunca más volvió a ver a sus padres pero la esperanza renació en su corazón cuando vió salir el sol, iluminando su rostro y prodigando calor al hermoso pueblo de Chacaragra, hogar de sus padres.


FIN

Vocabulario:
pishtaco............asesino
pishtaq machey...cueva del pishtaco
supay...............diablo


ELLAS SE ENTREGAN HASTA MORIR


Sentía mucha cólera porque no dejaba de pensar en ti, Justina. Tú no me querías, al Mardonio sí. Me despreciaste de la peor manera. De mi lado, riendo todavía, te fuiste con él y cuando te estuve viendo se desaparecieron por los chirimoyos y paltos, allá cerca del cementerio. Allí mismito te dejaste tumbar, Justina, levantando tu pollera te dejaste besar y morder.

A esas horas ya los rayos del sol iban calentando la mañana. Y en una de esas, como en un sueño, escuché – tegtegtegtegtereg –. Era la gallina negra de mi mamita, que estaba empollando hace una semana. El cacareo era como si vendría del más allá, con un tono de burla y melancolía a la vez. Allí mismito no sé qué me pasó. Sentí como si empezara a hervirme la sangre. Entonces me dije en mis adentros – ¡Justina!, a mí no me quieres, pero al Mardonio sí. Corrí tras la gallina, la tomé entre mis brazos… Me percaté que nadie me viera y empecé a hacerle el amor. La gallina aleteaba con fuerza, su diminuto cuerpo se retorcía y sus ojos se nublaban (pero eso sí, carajo, no sé si era de placer o de dolor) Después de un rato, el aleteo ya era débil y moribundo, y en uno de esos, lanzó un último cacareo y expiró, yo sólo atinaba a repetir - ¡Justina!, tú no me quieres, al Mardonio, sí…

Ella estaba entre mis brazos, sin aliento, pero aún una sangre caliente recorría su cuerpo. Recién tomé conciencia de lo que acababa de hacer. Me asusté demasiado, sentí como si mi alma se apartara de mi cuerpo. En ese instante sólo atiné a dejar la gallina sobre un montón de leña y corrí a buscar mi poncho y una soga, salí corriendo desesperadamente.

Al mediodía, llegué con mi atado de leña. Justo en esos instantes mi mamita llamó para sentarnos a la mesa, era hora del almuerzo. Mi papá, como de costumbre, se sentó al medio, sobre un poyo grande, a los extremos mis hermanitos y yo.

Mamá nos sirvió papas calientes, mote y caldo de gallina. Mi padre inició el banquete, yo sólo atinaba a observar.

Mi mamita me miraba con un poco de recelo.

- ¿Rómulo, por qué no comes? ¿Acaso estás enfermo hijito?

- No es eso mamita.

- Come hijito es la gallina negra que estuvo empollando. Se había muerto desangrada la pobre…

Al escuchar a mi madre, agarré la cuchara y comencé a tomar el caldo. De pronto sentí como si una ráfaga traspasara mi cuerpo. Mi madre me había servido la rabadilla. Cerré los ojos y comencé a comer a grandes bocados…

Ahora, a decir verdad, ya me olvidé de ti, Justina, pero ya no puedo olvidar a las gallinas. Con decirte que ahora nos quedan sólo siete de las treinta que teníamos. Es que, carajo, las gallinas se entregan a uno hasta la muerte, pero las mujeres, se entregan sólo por un momento.


SHAQSHA TAYTA MAYO


Te pones los cascabeles y te ciñes la corona de plumas coloridas; estás listo.

No te importa la sangre que chorrea por tu frente, ni las inexplicables heridas que descubres en tu cuerpo; solo quieres bailar y brincas al son de los tambores y quenas, tan ligero como un alma luminosa.

La calle bulle repleta de gente, pirueteas vestido de blanco plateado y truenas tu chicote.

Ahora ves a tus tíos, a tus abuelos y hasta a tu padre que han venido desde el más allá para verte bailar de Caporal.

Mañana habrá contrapunteo, Antonio y Pascual competirán para ser Caporal. Es mi deseo, sentenció el Mayoral.

En la prueba de danza, ambos trotaron y piruetearon hasta que el sudor mermó el polvo del patio. Luego, comenzaron a beber chicha.

El sol era joven, sus rayos penetraban la carne de aquellos que antes fueron compañeros de colegio, y que ahora, se disputaban el puesto de Caporal.

Estrellaron sus cabezas contra el piso, un gran bullicio se armó entre los testigos. Antonio estaba más ebrio y cayó fulminado en la tercera prueba; la de resistencia.

Pascual fue ceñido con la corona multicolor, era el nuevo Caporal y ahora debía purificar su alma rezando. Antonio, derrotado, salió tropezando ante el brindis de los asistentes para festejar al nuevo Caporal.

Cayó la tarde, los demás terminaron de alistar los trajes y los cascabeles para la prueba de mañana. Era tradición que la Shaqsha de Taita Mayo gane a los visitantes; si no, ese año las cosechas serían atroces.

Saliste tropezando, tuve que acompañarte, al cruzar la carretera, ni cuenta nos dimos de que venía un camión choclero desde Carhuaz, me tapé la vista, horrorizado, por lo que nos iba a suceder. Felizmente, nada pasó.

Vamos a tomar, caray, para que se pase mi cólera, me dijiste. Como tu hermano menor, te hice caso, nos fuimos al "Sietepatadas" y estuvimos allí hasta no sé qué hora, bebiendo jarras y jarras de chicha.

Al salir, la luna estaba muy grande, las estrellas bien cerquitas, al verlas, me asusté. Creo que estamos muertos, murmuré bromeando. Tú, ni caso me hiciste. Vamos por Wilcahuaín, escupiste ya ebrio. No sé cómo, pero llegamos rapidito, sacaste coca y comenzamos a chaqchar.


Creo que lo soñé. Cuando desperté, Papá estaba conmigo y me dijo que te habías ido como Caporal al contrapunteo. Me alegré mucho, pero luego pensé, ¿y Pascual?; de pronto, un funesto presentimiento electrizó mi cuerpo. ¿Papá?, ¿cuándo has llegado?, ¿no habías muerto cuando estábamos todavía chiquititos en el Sismo del 70? Papá sonrió, dio media vuelta y se fue por la empedrada calle José Olaya.

Cuando llegué a casa, mamá lloraba, clamaba por sus hijos, la abracé diciéndole que estábamos bien; pero ya ni me vio.

Poco después, vi a Pascual bailando como Caporal de los Tayta Mayo.

Todo esto me pareció, demasiado raro, tardé días para darme cuenta de que mi hermano y yo, en realidad, no logramos cruzar la carretera aquella siniestra tarde.


FLASHBACK


La luz de la cámara frente a mis ojos… Invade mi cuerpo, ilumina mis partes asaltadas por el pudor. Mi piel: follaje desnudo, tendido sobre la cama. Reposa, silencioso… Él está pendiente de cada uno de mis movimientos. El lente de la cámara se convierte momentáneamente en su ojo pederasta. Cuando el chasquido de sus dedos inunde el dormitorio, mi actuación comenzará. Fueron claras sus instrucciones. Tengo que hacerle caso. Si desobedezco me golpea. Y doblemente, pues dice que con los moretones salgo fea en las fotos. Aún pienso que hice mal en huir de casa hace seis meses. No todo era tan desagradable en esa memorable esquina de la avenida Luzuriaga. El clima de Huaraz siempre fue divino, pese al cortante frío nocturno que se inyecta algunas veces debajo de la piel, buscando los huesos. Recuerdo el aroma que el viento traía consigo en las madrugadas, los dulces cánticos de las aves, la reconfortante presencia de mamá al borde de mi lecho dándome los buenos días. Es en los malos momentos cuando nos damos cuenta que lo anteriormente vivido valía la pena. Después de cada flash, como nube de polvo, las mejores imágenes de mi pasado recurren a mi mente, reclamando un giro definitivo. Ya toda pelea o conflicto familiar queda de lado. Pero cierro los ojos, y al abrirlos, un flash me devuelve a la realidad, la luz de la videocámara me enceguece por unos segundos, y descubro que sigo aquí, atrapada bajo la atenta y lujuriosa mirada de Andrés. Lo amé alguna vez; ahora lo aborrezco. Detesto esas cámaras, luces y fotos. Sin embargo, tengo que actuar de acuerdo a sus deseos, ponerme en una y otra posición, sonreír. “Lo haces muy bien, preciosa, sigue”, le escucho decir, con una mano debajo del pantalón. Y yo sigo desempeñando mi papel de niña sensual que goza siendo fotografiada, mientras mi alma se deshace, cae a pedazos, sobre una fuente contaminada. Hoy más que nunca pienso que cometí el mayor error de mi vida al creer en sus palabras, al dejarme envolver por sus brazos y huir con él en dirección a este puerto con olor a pescado y lluvia gris. No existe el amor. He descubierto que todo es un engaño. Estoy presa entre sus garras, esclavizada, humillada, añorando mi vida tranquila en la casa materna de Huaraz, resistiendo esta muerte lenta bajo el lente de cámaras, luces y flashes, mientras en las calles inmundas de este puerto con nombre de embarcación varada, se venden imágenes de mi cuerpo desnudo, vulnerado, al interior de un disco compacto.



MAÑANA NO HABRÁ CUCULÍES


Desde el día de la masacre Gabriel no dejó de soñar que perseguía un ojo sanguinolento que escapaba de sus manos volando hasta el infinito. Aún recuerdo el corral embarrado con cuerpos torturados de cuculíes y la pestilencia de su sangre púrpura empapando de lágrimas mis noches lejanas.

Huambo no sería el mismo desde aquel día en que inexplicablemente la hallamos junto a los animales, habían cientos de cuculíes que picoteaban sus piojos y adornaban su cabeza con excremento. Pensamos primero que era un árbol, pero al apartar las aves notamos a la niña como de 12 años que dormía de pie con las manos extendidas. Mis padres la dejaron en el corral para quedarnos con las cuculíes, nadie le puso nombre y siempre fue “la wambra”.

La desgracia ocurrió un martes, amanecía y toda la casa oyó gritos siniestros provenientes del patio, corrimos desesperadamente y encontramos a Gabriel, el mayor de seis hermanos, revolcándose en el piso mientras las cuculíes le arrancaban los cabellos, mis padres pidieron auxilio y rápidamente la casa se llenó de gente con cuchillos o piedras para destripar a cuanta cuculí se encontrara en el camino.

En el fragor de la batalla nadie reparo en la wambra, excepto yo que la encontré tirada en un rincón, llevaba el vestido destrozado dejando al descubierto sus pezoncitos y su sexo colorado ...entonces entendí todo. Hace un mes, Gabriel se había llevado a la loquita del pueblo a un riachuelo, ahí la denudo sin clemencia y la desfloró violentamente, mientras le gritaba al oído: loca y puta.

En el pueblo nadie le creyó a Romina, pensaron que era una invención de su mente perturbada. Desde entonces viendo a la loquita enloquecer más, deteste a mi hermano y el día de la fatalidad, Gabriel regresaba borracho de la fiesta en honor a la mamacha del pueblo y quiso aprovechar la eterna somnolencia de la wambra.

Al finalizar la carnicería descubrimos horrorizados que Gabriel estaba tuerto, una cuculí le había reventado el ojo izquierdo, entonces, la injusta decisión de arrojar a la niña al abismo fue unánime. Mi llanto no contaba para los mayores, papá me dio una cachetada atroz y asistí en silencio con todo el pueblo hasta el cerro donde dos indios fornidos alzaban a la wambra por los aires y la arrojaban hacia donde yo no podía alcanzarla.

La observé caer lentamente como una retama, como si fuese un sueño imposible, como si nada en el universo existiera. Creí que me moriría de pena cuando aquello sucedió: una nube de cuculíes en el cielo infinito de Huambo, un poema de plumas que se la llevo eternamente con los astros y yo nunca volví a encontrarla, simplemente el tiempo y la gente hicieron de la wambra y sus cuculíes una leyenda y yo la dejé en aquel lugar donde un niño abandona sus recuerdos.

FIN

Vocabulario:
Wambra: niño(a).
Huambo: centro poblado cercano a Recuay.
Cuculí: tipo de ave.
Mamacha: santidad de un pueblo.


NO CULPES A HUARAZ

Lo conocí cuando tenía 25 años, desde los 10 años fue alejado de familiares, amigos, costumbres, tradiciones, fiestas, comidas, expresiones y hasta juegos y sueños infantiles que son todo el universo en nuestras vidas a esa edad.

Octavio, era su nombre, había nacido en una Ciudad de Andahuaylas una ciudad al sur del Perú, su padre Santiago y su madre Teodora habían elegido su nombre en recuerdo al abuelo de Santiago.

Aquella tarde de Diciembre en una conversación de aproximadamente 6 horas, Octavio encontró una forma única de salir un momento de si para poder sacar todo de si, relatarme toda o gran parte de su vida.

Un hecho que me impactó, entre otros tantos de dicha conversación y que es la que en resumida cuenta quiero expresar en este pequeño relato, fue la forma como Octavio luego de vivir casi 15 años en Huaraz, jamás participó de Aniversario alguno de la Ciudad. Me contaba que ni aún con los 10 años que tenia cuando llegó, jamás le llamó la atención los festejos de Carnaval Huarasino que de por si son el mejor atractivo para los niños, familias y turistas nacionales y extranjeros. Su colorido, sus corzos, sus payasos, mascaras, globos, talco y agua, sumado a los famosos pasacalles, roncadoras y entierros de los Carnavalotes hacen que sea una festividad bastante promocionada y conocida a nivel nacional.. Octavio decía que era mejor quedarse en casa, luego de un silencio decía “allá todo, aquí nada”. De igual forma la Semana Santa Huarasina, la calificaba de extraña y llena de hipocresía, de caras arrepentidas de llantos ocultos, de gestos acusadores y de miradas perdidas sin signo de arrepentimiento. Luego de fruncir el ceño me decía – Cuento las horas para que terminen los feriados largos y volver a la “realidad”. Esta frase la mencionaba en reiteradas veces.

Hay hechos en la vida que nos marcan, pero nunca imagine que el hecho de separarse toda una familia y dividirse a los hijos como bienes partidos, fuera a marcar en Octavio, todo un odio y desprecio cultural hacia Huaraz.

Definitivamente un hecho no tiene nada que ver con el otro, sin embargo ahora comprendo que hasta la cultura, tradiciones, comidas, festividades, fe y calor humano, muchas veces tienen que pagar el alto costo de la desunión y división de las familias en el mundo. Mientras tanto los pueblos, ajenos a todo resentimiento humano y conflictos internos, siempre tendrán los brazos extendidos, dispuestos a brindar todo el calor humano y mostrarnos la variedad de culturas, tradiciones, historia, comidas, festividades, misterio y gente acogedora como Huaraz siempre la tendrá.



DE LA COMPLACENCIA Y FLACO


Estuve tan absorbida que no me percaté que la madrugada calladita había reemplazado a la bulla urbana que me envolvía horas antes. Algún pequeño ruido desde el patio alcanzó así distraerme. Abandono mis lapiceros sobre el escritorio y estiro mi cuerpo encogido. Tomo contacto nuevo con la realidad; es tarde y no siento a nadie en la calle. Inmóvil en la silla presto oídos y no percibo nada; me esfuerzo en rescatar sonidos recónditos.

Scrach…scrach… ¡Eso es! ¡Un insecto se frota las patitas deleitándose frente a mis maceteros! Me levanto y echo un vistazo; reparo en una araña tejiendo una trampa para el día de mañana… en silencio.

En los poblados, más allá, escucharán ellos cosas de verdad: el ronquido de una manada de ovejas soñando con pastizales verdes; el incesante murmuro de cuyes en la cocina. Es una música armoniosa, de repente el canto de la vida misma, lo que envuelve a la gente de las afueras.

En la ciudad estamos rodeados de montes adornados con chacras y casitas techadas de tejas. Apenas levantamos la vista separamos majestuosos nevados que resaltan en un cielo sin fin con sus cumbres de nieve.

Más que vivir en la naturaleza, la miramos desde nuestra modernidad. La vendemos también en postales y pocas veces la recordamos si se trata de progresar. Es cierto que en la plaza sembraron césped americano y dispusieron bonitas flores en filas ordenadas, pero nunca reproducirán la armonía innata de esas matas silvestres que recorren los campos con ganas propias.

Apoyada mi cabeza en el marco de la ventana me acompaña el zumbido del foco ahorrador. Lo apago. Voy buscando constelaciones de estrellas más allá de las antenas de radiodifusión. Percibo el vaivén de la avenida; los auto-taxis regresan desde las discotecas del centro con fiesteros agotados y contentos.

Entre portones de metal y rejas, Canela y Balú esperan de un ojo la venida repentina de extraños noctámbulos mientras del otro, vigilan el pasar de los gatos nocturnos. Mis vecinos albergaron sus infancias en caseríos y dejan a sus perros afuera como lo hacían sus padres en el ayllu. ¡Hoy en día son otros los jaguares que peligran por la avenida 28 de julio! Flaco, el perro de nadie en la cuadra de todos, sueña más bien con el día de la basura.

El sol se enrumba con pasos decididos; desocupo la ventana y paso al baño a asearme antes de descansar lo que quedó de la noche. Me jabono la cara; es dulce la ilusión de que el agua con la que me enjuago proviene de un fresco manantial.

Wua… wua… ladra Flaco. Jalo la palanca del ‘water’…shusss. Emocionada dejo las cataratas del baño para apresurarme hacía la ventana. Grrrr…grr…grrrrrrr… ¡Allí viene! ¡Allí viene! ¡Por fin un poco de fauna en el barrio, no lo puedo creer…un oso! Priiit…priiit…pruuuuuut… ¡Oh no! El guachimán asustó a las vizcachas del sueño de Balú. Felizmente, divisando primero al depredador, Flaco pudo al fin corretear cosas de verdad.

ATUSPARIA FRENTE A LA HISTORIA


La mañana en que Pedro Pablo Atusparia se despertó para atacar Huarás, se encontró con Uchcu Pedro en su habitación. – Nadie me ha visto entrar, le dijo, cuando sus ojos de sorpresa reposaron donde él. He venido a tu llamado, para confirmar que tú serás el líder y yo tu lugarteniente. Atusparia le agradeció por la decisión que había tomado en ceder su lugar en la historia, lo abrazo y le respondió:

- Anda que tú también tendrás un busto en un parque de tu natal Carhuás y no olvides en un mes ustedes atacaran, tal como los historiadores lo han escrito. Ambos se miraron a los ojos, no se dijeron nada más. Uchcu Pedro salió raudo, montó su caballo y se alejó. Mientras que Atusparia borraba las evidencias de su presencia, los campesinos empezaban a bajar de las estancias para tomar la ciudad.

2 comentarios

oscar -

Felicitaciones por el certamen.

santos -

pishtako no es degollador?